Cabeza de Niño

(Basado en una experiencia real y textual)

Salgo del microclima artificial que envolvió mis compras, la esterilidad del vidrio blindado no me sobreprotege ya de la vorágine de esta avenida, la arteria por donde pasa casi toda la hipertensión de esta pacífica ciudad provinciana. Miro sin ver a un niño de la calle que trata de cruzarla, lanzándose al tráfico como hacen siempre ellos, en esa especie de juego suicida al que, seguramente, la certeza de una vida de penurias los empuja en forma compulsiva e inconsciente. Entonces se me ocurre ver, no se por qué, pero antes de que la cosa suceda dirijo la mirada allí, donde un sonido a hueso hueco se sobrepone dolorosamente al bullicio de la urbe. La camioneta le pegó justo en la cabeza, y a no ser por la posmodernidad, a no ser por estos tiempos en los que hasta los paragolpes resultan ser de plástico, los sesos del niño hubiesen quedado desparramados en el asfalto. Y el niño quedo desparramado, sí, pero de una sola pieza, llorando… como un niño.Corro hacia él, observo que no sangra…

¡Qué increíble!: parecería que los niños también vienen hechos de plástico, un pensamiento fugaz, porque el calor de esa cabecita mojada me recuerda que debajo de toda esa mugre de mocos, sudor rancio y tierra… hay un niño, y el tiempo se me detiene un momento indefinible en mi cabeza, y la vida pasa a transcurrir en cámara lenta, fuera del bullicio y de los problemas mundanos. Es el instinto el que me mueve ahora. Un hombre se acerca, llevamos al herido cuidadosamente hacia la vereda. Le digo al hombre que lo cuide, que voy a llamar a una ambulancia, pero ya hay dos vendedores de un local que me ganaron de mano. Uno de ellos me dice que enfrente hay un servicio de emergencias, pero es privado. Cruzo casi sin mirar, como el niño, pero todo está en cámara lenta, y esquivo los vehículos fácilmente, o ellos me esquivan a mí, no importa, nada importa. El encargado de allí me confirma que es privado, pero yo le confirmo que se trata de un niño. Se me queda mirando sin decir nada. Me vuelvo con la sensación de un “no” enmudecido por algún vestigio de vergüenza que pudo haber quedado pegado en los zócalos del corazón de aquel burócrata.El niño sigue allí, claro que sí, pero ahora, además del hombre, hay una mujer encima de él, tratando de contenerlo con ese instinto de madre que, afortunadamente, los movimientos de liberación femenina no han logrado borrar en ninguna mujer con las hormonas bien puestas. El niño se le retuerce en el pecho como una anguila resbalosa de barro y sudor. Pide llorando que llamen a sus hermanos, que están dos cuadras más allá. “No te muevas, mi amor, te puede hacer mal, estás golpeado en la cabeza” le dice la mujer en tono maternal, pero el niño responde como un animalito que se asusta del veterinario, ¡Es tan comprensible su falta de comprensión!, pero hay que inmovilizarlo de alguna manera, un mal movimiento le puede dejar lesiones para toda la vida.

Cuando aparece el policía, al verlo, el niño casi entra en convulsiones, vaya a saber qué experiencia anterior con agentes de la ley ha tenido. Es así como casi sin pensarlo (precisamente, este tipo de cosas salen mejor cuando uno deja los pensamientos de lado) utilizo algunos de mis conocimientos para enviarle energía de paz. “Cargo” mi mano y acaricio la cabeza del niño. Me animo un poco más y la poso sobre el golpe, y el niño se calma, se queda quieto suspirando. Hay algo que siento en el pecho, hay algo que el niño me trasmite, pero no se qué. Llega una ambulancia… ¡La del servicio privado!, y lo atienden… ¡Y también llega la ambulancia del Estado!... ¡Y los hermanos del niño que alguien fue a buscar!, Y entonces el mundo se me presenta maravilloso esta vez, nadie duda acerca de qué hacer… es un niño herido, y el Universo parece girar como corresponde: alrededor de él.Un amigo, que tiene su negocio cerca de allí, me toma del brazo: “¡Me asusté, vi tu camioneta y creí que fuiste vos el que lo atropellaste” y me sermonea un poco, me dice que no lo tendría que haber tocado, porque me puede comprometer. Es uno de mis mejores amigos, un tipo tan noble que si el niño hubiese estado en una casilla prendida fuego, se hubiese metido a sacarlo en cueros de entre las llamas, pero en esta Sociedad está todo tan dado vuelta, que la venda de la Justicia suele ser más temida que las quemaduras. “LA” Justicia, imprevisible en sus determinaciones, como toda mujer.

Mi amigo me presenta al conductor de la camioneta que atropelló al niño, me dice que es cliente de él, le doy la mano, como un autómata, y el repite también como autómata… “Se tiró, él se tiró y si no freno lo mato”. Y así había sido.La ambulancia del Estado se lleva el niño al hospital, me siento aliviado, pero no tanto.Ya no tengo más nada que hacer aquí, me subo a mi camioneta y dejo atrás el debate colmado de obviedad que se generó en la calle.

Siento algo en el pecho, es una congoja que lo oprime y que me desborda por lo ojos, empañándolos, pero como para sacarles brillo. Pongo inconscientemente el “piloto automático” y llego a casa por esas cosas de la suerte a toda prueba que tengo desde siempre. Un amigo me espera en la puerta, entramos y mi hijita me hace fiesta. Cuando la veo, me emociono hasta la misma auto limitación del llanto: Tan pulcra, sus bucles de seda, su sonrisa colorada radiante de tierna alegría, con esa inmaculada ropita de ángel. Me abraza, me derrite con su “Papiiiii”, y su corazoncito se estrecha junto al mío y lo revive a golpes. Le cuento a mi amigo y a mi esposa lo que me ocurrió, no aguanto, hago pucheros, ellos me dicen lo mismo que mi mente: “Te trasmitió su angustia, pobrecito”, y cada uno me encara con sus respectivos temas, ambos urgentes, aunque no me parecen. Son tiempos en que muchos de los que aparentan escuchar, solo están esperando turno para hablar.

Me tiro en la cama, mi hijita me mima, me juega, ahora se pone a bailar frente al televisor al compás de la canción de un dibujo animado, con un peluche en la mano y en la otra, una barrita de cereal y manzana, con todo un abecedario de vitaminas incorporado, resultado de la más alta tecnología, de la sabiduría alimenticia de miles de años, y del arte de la manipulación afectiva llevado en la actualidad al extremo de la propaganda. Es tanta su alegría, que rebalsa los límites de aquel cuerpecito, para inundarlo todo. Pero mi congoja sigue presionándome el pecho, no me resulta desagradable, la percibo como un abrazo interno, como el abrazo de un ser muy querido que nos aprieta literalmente hasta la asfixia, pero que nos trasmite la emoción más preciada. No me lo explico, pero trato.¡Qué hermosa es mi hija!, ahora se me acerca con sus casi 3 años haciendo equilibrio con unas sandalias de brillantes de juguete y una corona de cotillón “Soy una princesa” me dice con el irresistible hoyuelo en la mejilla rosada, y claro que es una princesa, entonces creo que me da una pista sin querer, y me pregunto qué habrá hecho de bueno en otra vida para nacer aquí, colmada de cuidados, de cariño, de atención por parte de un padre bien pasado ya de cuarentón, con todo el tiempo, el temple y la paz del “Descanso del Guerrero”, y un madre con la garra, la belleza y la energía de sus treinta, con la que puede jugar como con una amiga. Y claro que me pregunto qué habrá hecho de malo, en otra vida, aquel niño de la calle. Es un lapso de estupidez, de la cabeza esclerosada del decrépito guerrero, lo reconozco, pero la mente no me hace caso y sigue jugueteando, y me pregunto que habré hecho yo de bueno… o qué me tocará hacer. Ya no aguanto más, a estas alturas, me vuelvo un niño, que llora en un rincón. Sí, me lo permito ¿Y qué?.

La congoja se me va, arrastrada por las lágrimas, que también se agotan pero, extrañamente, la opresión se queda en el pecho, para no aflojar.La princesa me sigue, se trepa al sofá, me abraza la cabeza y me da palmaditas, me dejo llevar por un éxtasis de ternura y comprensión, porque ella… seguro que sabe. Me da pena la certeza de que muy pronto, los tres mil mensajes de información diarios que recibe un adolescente promedio, sepulten parte de esa percepción extraordinaria que suelen traer, directamente de La Luz, estos viajeros recién llegados al mundo, en su delicada maleta de piel. Es que La Sociedad no puede tolerar ese contrabando de Luz, no señor, cada cosa… en su respectivo mundo.No se por qué, tomo el teléfono y llamo a mi amigo, aquel que me encontró en el accidente. Me dice que me estaba por llamar “Viste… ¿Qué te dije?.. Los hermanitos del chico le quieren sacar plata al chofer de la camioneta, me vino a ver, no sabe qué hacer. Vos te arriesgaste mucho al tocar a ese chico”. Es mi gran amigo, uno de los mejores, parece que me quiere más que a un niño. Lo puteo de cariño, le digo que él hubiese hecho lo mismo, que no se haga el juicioso ahora, que se deje de joder, y que le pase mi número de teléfono a su cliente amigo, que me ofrezco salir de testigo y decir lo que vi: Que el niño se tiró encima del auto. Ahora me putea él, también de cariño, es hermoso putearse así con un amigo: con un poco de ingenio y mucha sinceridad, siempre se termina a las carcajadas.Y recuerdo las caras de los hermanos, sí. En un sentido mi amigo tiene razón, antes de mirar cómo se encontraba su hermanito herido, se pararon a estudiar al hombre que lo atropelló, observaron bien el vehículo y sus ropas, estudiando las posibilidades de darse un efímero e inútil respiro en su crónico y congénito naufragio terrenal. No había angustia en esos hermanos, hasta parecían contentos por la suerte de poder reclamarle algo a alguien, de poder culparlo de algo de lo que les ocurre. Mi amigo tiene razón, sí, pero yo también: Se trata de un niño. Los niños son los únicos inocentes en esta estructura de mierda que supimos crear, de tan adultos que somos.

Al despedirse, mi amigo me dice que se enteró de que el niño ya esta bien, fuera de peligro (de ese peligro al menos) y yo me alegro como un niño, pero esta opresión en el pecho…. esta congoja que vuelve de a ratos….La princesa esta trepada a la despensa, y se “roba” un alfajor. La sorprendo y sale corriendo, remolcando su risa, elevándola como un barrilete de colores. Y ese niño lleno de mocos, estoy seguro de que roba de travieso también. La diferencia es que seguirá así toda su vida, hasta que lo detengan de un tiro.Cuando los veo entrar a mi negocio, con sus escasos cinco añitos, tratando de robar algo sin saber qué ni cómo, con los ojos extraviados desde tan temprano, apestando al pegamento de tolueno que inhalan todo el día para despegarse de la cruda realidad que les tocó en el reparto cósmico de vidas, cuando veo esas cabecitas de niño voladas para siempre por la droga desde tan temprano, se me vienen abajo todas las especulaciones de la espiritualidad como la reencarnación, la transmutación, el reino de los cielos, el destino, la quántica y demás consuelos a los que solemos aferrarnos como a salvavidas, mientras pataleamos en nuestra profunda, oscura y tan humana ignorancia.

Hago mi vida un par de días: duermo, amo, me alimento, me entretengo, me cultivo, y la congoja no se va, lo único que consigo es distraerme involuntariamente de ella por momentos. No soporto este tipo de conflictos que mi voluntad no puede resolver. ¡Ah, La Distracción!, ese analgésico que suspende los dolores del alma, permitiendo que la dolencia avance camuflada de mejora. ¿Qué me estará pasando?. Casi me convenzo de que ocurrió lo que me dicen todos: En aquel contacto el niño me transmitió su angustia, su dolor, su desesperación; su energía contaminada por las desdichas de la miseria. Pero yo siento una emoción indefinible, que intuyo como el augurio de algo grande y personal, un cambio.

Entre un barrido y otro del limpia parabrisas, puedo ver al hombre de siempre en el semáforo de siempre, pidiendo la limosna de siempre, cargando el niño de siempre, aunque llueva como nunca. Es un tipo joven, bien conformado, que se conforma con mendigar, pienso que aquel conformista hoy podría haber dejado al niño en casa con alguien. Pero… ¿Qué casa? ¿Con quien?... Se me ocurre ahora pensar en tratar de comprenderlo en lugar de rotularlo como un vago desalmado, como un hijo de puta, como hago siempre. El semáforo se abre, junto con un abanico de especulaciones sin sentido: ¿No se le ocurre ponerle una bolsa de nylon siquiera, para protegerlo? ¿Es que nos va a dar menos pena si el chico no se empapa y recogerá menos limosna? Hay algo cierto: Sin el niño en brazos, nadie le daría una moneda. Sin cargar con el niño, quizás no necesitase mendigar esa moneda. Podría cortar el pasto, hacer changas, limpiar oficinas, pintar paredes, pegar carteles, recoger cartones, ¿Y el niño? ¿Y si no tiene dónde ni con quien dejarlo?. El niño es una carga que le facilita las cosas. Es un ejemplo de la simbiosis de la miseria. El instinto de supervivencia suele crear maravillas, pero este es el caso contrario. Pienso en ir mañana y ofrecerle trabajo, pero no, es un peligro…

¿Qué es lo que me está pasando?.Miro al pasar, imposible no verlo, el cartel gigante de un político de brillante sonrisa, tan chocante y artificial como su peluquín y su mensaje. Siempre me dio bronca verlos, pero hoy no, hoy siento lástima por esta inhumana especie, indigna del reino animal al que dicen pertenecer. “Chupa culos”, son tan rastreros que chupan los culos de todos, los de arriba y los de abajo, de jefe de manzana al presidente, chupan el culo del populacho con sus promesas y su demagogia electoral, y por supuesto, todos los culos de arriba, ¡Hasta el presidente tiene culos arriba que chupar!. También se chupan el culo entre ellos, para lubricarlos bien, y así facilitar sus oscuros fines de sodomía maquiavélica.El escrúpulo y el honor no entran en su estómago, lleno de tragar tanta mierda y champagne, es por eso que pueden sonreír a pesar de su condición de Chupa Culos de tiempo completo. Es por eso que pueden sonreír sí, mientras malversan los fondos con total desparpajo, hasta los destinados a comedores y Hogares infantiles. De tanta mierda y burbujas, la intoxicación le ha invadido la cabeza, y ya no pueden distinguir lo esencial. Pobrecitos, de veras, me dan lástima, estoy muy lejos de desear esas mansiones, esos autos, a cambio de tener que chupar culos como ellos, compulsivamente. ¡Estoy tan feliz con mi vida!, estoy mimado todo el día, mi negocio me requiere muy poco, he dejado a otros mi puesto. Leo, escribo, medito, cocino manjares que luego degusto con mis seres queridos, hago el amor casi más de lo que puedo, café con mis amigos, juego con mi niña, exploro el Conocimiento, invento. ¿Qué es lo que puedo envidiarle a un político? ¿Su agenda colmada de compromisos protocolares? ¿Sus fiestas de champagne, drogas, putas e hipocresía? ¿Su certidumbre de que nadie esta a su lado con sincero afecto? ¿Sus angustiantes y cotidianas intrigas palaciegas? ¿El estúpido acoso del periodismo?.

He abdicado de mi meta de opulencia, y soy rico, porque soy querido, soy amado, soy dueño de mi tiempo y el aburrimiento no existe para mí, y las privaciones graves, tampoco. Y el mundo es una sonrisa sí, pero de mis seres queridos, y no la de ese patán que se elogia a sí mismo en un cartel tan desmedido como su codicia.Como decía, algo habré hecho bien, o algo me tocará hacer… o quizás, el azar resulte ser el verdadero Rey del Universo, y entonces soy meramente un hombre con suerte. He mamado amor, cuidado y cultura desde que nací, de mis padres, de mi hermana, de mi familia, de mis mujeres, de mi hija, de mis amigos. ¡Mis amigos!, en este mundo poco amigable, tengo la suerte de tener unos cuantos, algunos en plena exploración de la Verdad, como yo, que me abren las puertas de su Conocimiento como a un invitado de honor. Gracias a ellos puedo decir que, entre otras sabidurías, el Tao, la Metafísica, la Mercaba, la Alquimia, la Radiestesia, y ahora, nada menos que la hermética Kabalah, han salido a mi encuentro en el sendero de la vida. Según ellos, un encuentro para nada casual. Le cuento todo esto a mi amigo Kabalista, él me conoce, es como un hermano, es un compañero de aventuras paranormales… es decir, “para anormales” como nosotros. Él me conoce bien, porque ha explorado mi alma con su péndulo, como hicimos juntos en la selva y en misteriosos lugares, y es precisamente allí, en el misterioso bosque de mi espíritu, donde nunca se equivocó en su percepción. Por eso que le cuento todo esto de la congoja, y él se me queda un rato mirando, con los ojos y la boca abiertos. Me dice que el relato le pone la piel de gallina, que él estaba a la espera de que esto me ocurriera algún día, me dice que el niño no me trasmitió nada malo, todo lo contrario, que este accidente era necesario para un tipo como yo, para que pueda terminar de abrir mi corazón, siempre doblegado bajo el poder de mi mente. Esa es la congoja que siento en el pecho, una abertura que con la Acción, quizás pueda trasmutar en fuente de alegría para mí y para los demás. Se emociona, me emociono. ¿Será?.

Alejandro Racedo, el Loco31/10/2005

El Placer Como Camino Espiritual