Comienzo a buscar el libro y no aparece y entonces me acuerdo de Zafferano (No todo el monte es orégano), y me pregunto si es que el despiste puede contagiarse vía Blog ¿será posible? Yo el libro lo había dejado en la mesita de la sala, estoy segura...para devolvérselo en cuanto fuera,(hace unos días que me lo viene reclamando... suave, como es ella, pero reclamo al fin!).
El hecho es que el libro no estaba y lo busqué por todos los lados posibles!!! Al fin la llamé y le pregunté si me invitaba el mate sin el libro! dijo que sí, agarré la bicicleta y salí despedida como una saeta!!!
Aproveché a hacer algunas compras, mate por medio le juré a mi amiga que no le perdí el libro (en realidad no estaba demasiado segura) y al volver comencé a buscarlo nuevamente!!!
Mi marido no estaba, mi hijo se estaba bañando y le dije si no se lo habría guardado y me aseguró que no!!! Ni siquiera lo había visto!!! Cuando vuelvo y miro la mesita, el libro estaba allí, donde lo dejé ayer!!!
Lo tomé en mis manos y pensé si me estaría volviendo loca... y entonces recordé que Silvia me comentó que el autor había fallecido hace ya un tiempo. Así las cosas, me comencé a preguntar qué significado tendría todo esto.
Dudando aún de mi cordura pero entregada a mi experiencia le pedí a mi Ángel que me ayudara a hacer lo mejor... y me vino como una inspiración: y si el libro no estaba porque no tenía que devolverlo? Y si había algo que yo tuviera que publicar...? Entonces abrí entregada, el libro buscando respuestas, y fue en este capítulo:
Un árbol, un libro, un hijo...
La inmortalidad no es morir,
sino seguir vivo,
más allá de la muerte misma.
Caminando por la pradera extensa, el guerrero meditaba sobre la inmortalidad. Pensaba en un futuro de gloria con mil batallas ganadas y una gran estatua que lo recordara...y quizás su nombre en alguna ciudad. Más ninguno de estos pensamientos lo satisfacía. Sentía un vacío profundo, sin forma. Una nube de tristeza lo envolvió.
Entonces sintió una suave voz a la vera del camino. Era un anciano de pelo blanco y larga barba, tenía una larga trenza y una dulce sonrisa. El peregrino lo miró profundamente, y sin conocerlo, no hacía falta, lo amó de esencia a esencia y le dijo:
El mismo motivo que te movió a ti, me movió hace muchos años a mí... y salí en busca de la inmortalidad. En un viejo pueblo descubrí lo que los ancianos guardaban con recelo: si tú plantas un árbol fuerte, éste perdura en el tiempo y tú en él; este es el secreto de la inmortalidad. Pero al fin y al cabo, ningún árbol es eterno.
Pasado algunos años conocí la gente de un pueblo erudito que vivía al pie de la montaña. Allí aprendí que podía trascender el espacio-tiempo dejando escritos mis pensamientos y mi manera de sentir. Y que después de morir alguien leería mis escritos y de alguna forma me estaría comunicando con esa persona... Pero al fin y al cabo, ningún libro es eterno.
Llegué a mi madurez y aprendí en un pueblo pastor la importancia de tener una familia y trascender en el espacio-tiempo por medio de los hijos, ya que en ellos y sus generaciones correría mi sangre. Pero al fin y al cabo ninguna generación es eterna.
Pasé algo confundido, estos últimos años y de pronto, como un relámpago que ilumina la noche, comprendí que la inmortalidad no es morir, sino seguir vivo, más allá de la muerte misma. Es decir, que consiste en haber vivido cada segundo con plena intensidad, saboreándolo en esencia.
Mi alma se alegró y se gozó enormemente, ya no importaba si tenía o no vivienda, comida o vestimenta.
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Extraido de:
Corazón de guerrero Para librar la batalla interior
Autor : Gabriel Jurjevic
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